Cuando se menciona la expresión “decisión salomónica” para referirnos a ese tipo de sentencias que consisten en dar la mitad de un objeto de litigio a cada una de las partes que lo reclaman, quizá deberíamos recordar que el sapientísimo rey de Israel nunca tuvo la ocurrencia de dividir en dos partes al niño del relato bíblico para entregarle la mitad a cada mujer, solamente amenazó con hacerlo para descubrir a la verdadera madre y dárselo a ella enterito. Este error no es casual, enlaza con el bulo de los “derechos de igualdad”, esa demagogia de confundir paridad con justicia, y desde luego se ajusta muy poco al modelo de juicio salomónico que podemos deducir por el ejemplo bíblico, en todo caso bastaría con echarle una ojeada al Eclesiastés para comprobar que la providencial sabiduría de Salomón no iba por ahí. Lo justo en todo caso es dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde o lo que merece, que es la base del derecho romano desde Ulpiano hasta acá, no dar a todos lo mismo por decreto y ya está, que es la base del socialismo liberticida. Pero sin duda para los igualitarios dividir a un niño en dos pedacitos exactos y darle uno a cada supuesta madre es el modelo máximo de decisión ecuánime y lo que habría convertido al rey Salomón en un hombre tan sabio, tan justo, tan estupendo, tan de los nuestros…
Reverbera en las blancas fachadas el sol de las primeras horas de la tarde. Procuramos, en nuestros paseos por la plaza de un pequeño pueblo valenciano, no salirnos de las islas de sombra que trazan los plátanos sobre la tierra rojiza y ardiente. Silencio de sueño, calma profunda de siesta veraniega. Los únicos que vivimos en este ambiente exuberante de luz somos mi amigo y yo, que conversamos bajo los árboles de la plaza, los niños que ganguean a gritos sus lecciones en la escuela próxima, siguiendo el venerable método morisco, y los enjambres de insectos que aletean, zumban y trepan en torno de los plátanos. Calla de pronto el coro escolar, y por las ventanas abiertas llega hasta nosotros la voz de un niño, el más aplicado tal vez, que recita una fábula: La cigarra y la hormiga . Como el griterío de una muchedumbre alborotada que contesta a ultrajantes alusiones, suena el chín-chín de numerosas cigarras moviendo sus cimbalillos entre las cortinas del follaje. Mi amigo el naturalista
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