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La mejor defensa es un buen ataque de risa, y 2


Hay libros que, por su lucidez, están condenados a ser comprendidos por minorías, como es el caso de La mejor defensa es un buen ataque de risa. En este libro constatamos que en tiempos en que las ideologías y la ética han sido arrasadas por la globalización liberal capitalista dura, y la supuesta izquierda ha perdido el norte y en lugar de política hace brindis al sol, hay que plantearse hacia dónde nos lleva la postmodernidad. Parece que ha acabado la historia, pero hay que comenzar otra historia.
Para ello Rafael Gonzalo estudia en sus textos, elaborados minuciosamente con la estructura de un diario personal, los años del principio de la crisis, esa que ahora ya no se cree circunstancial sino que se ha comprobado parte consustancial del sistema.
Rafael Gonzalo afirma que las sociedades que se creen muy liberadas y evolucionadas, como la nuestra, tienen predisposición a la dependencia y a las conductas adictivas, y lo hemos comprobado. Se plantea «¿Qué fue antes, la limosna o el pobre?» o si somos felices porqué «al día se suicidan 3.000 personas en el mundo, principalmente en las llamadas sociedades desarrolladas. Esto significa que cada 15 segundos alguien se quita la vida.» Quizá porque ha muerto la utopía, y como decía Max Nettau: «Cualquier utopía será mañana un arma más de destrucción». Se suicidan quienes ya no tienen nada en qué creer.
Rafael Gonzalo hace un brillante análisis de por qué está prohibido investigar con células madre y nos recuerda que este prejuicio tiene su origen en una interpretación del pensamiento de Aristóteles, cada vez menos considerado por los creyentes. En concreto, tal pensamiento se ha basado en los argumentos del filósofo griego sobre la inserción del alma en el embrión. Sin embargo, es un auténtico sarcasmo que se apele a la opinión de Aristóteles para oponerse a ese tipo de investigación, cuando si éste viviese, y teniendo en cuenta su insobornable voluntad de conocimiento, es muy probable que estuviese investigando, no ya con células madre, sino con células padre, con el hijo y el espíritu santo. Como afirma el autor, o como dice John Keats, «el mundo es el valle de la creación del alma».
Otras cuestiones más cercanas a la política casera merecen su atención, como el hecho de que España construye casi tantas casas como Francia, Alemania y el Reino Unido juntos, o que tras la aprobación de la ley de prevención del tabaquismo, los menores de edad están más protegidos que nunca del humo de los cigarrillos, mientras tomar alcohol y drogarse no está penado. Un menor en España puede tener permiso de armas para la caza, puede casarse y divorciarse, pincharse heroína en el domicilio paterno o abortar, atiborrarse de contenidos violentos y obscenos en el cine y la televisión pero tiene prohibido entrar en un bar en el que esté permitido fumar. Esa España que describe Rafael Gonzalo es la que no entendemos. Como no entendemos que arda Galicia y La Mancha, tengamos en un año más incendios que el resto de Europa y más muertos en esos incendios que los demás países, que queden cientos de miles de hectáreas abrasadas y que los mismos «intelectuales» y «artistas» que clamaban contra el derrame del Prestige después callen como putas. Está claro, la derecha no sabe tener sobornados a intelectuales y artistas y el PSOE sí.
Es un placer encontrarse con la lucidez escéptica, irónica y lejana del autor, que en lugar de meterse en debates muertos antes de nacer se aleja para criticar con mayor puntería cuestiones casi eternas, como que lo más peligroso que tienen los monoteísmos es que creen en dioses excluyentes o como que desde julio de 2005, fecha de aprobación de la inútil y nefasta Ley de Violencia de Género, la mitad de la población española —la masculina— vive en libertad condicional, señalados permanentemente como asesinos en potencia, a falta de una simple denuncia de malos tratos, cuya veracidad o falsedad no es necesario comprobar. Pero lo políticamente correcto prohíbe divulgar discursos como éste, el autor nada contracorriente, como cuando se burla del supuesto ecologismo de los famosos, y nos recuerda que en los Oscars, se puso de moda el discurso ecologista y al terminar la ceremonia, todos se fueron de fiesta en limusina.
Pero este entramado al que llamamos democracia, y sus ideas-fuerza absurdas, se mantiene gracias a la telebasura, porque el público es funcionalmente analfabeto. Y a los tontos es más fácil llevarnos donde quieren. Hemos perdido la sensibilidad artística, somos incapaces de diferenciar lo bueno de lo malo, de tener conceptos éticos fuertes frente a la imposición de las ideas del Imperio, aceptamos como si no fuera una violación de las más profundas bases de la democracia que un político separatista necesita la quinta parte de votos que un comunista para ser elegido, aceptamos que el sistema de castas políticas español haya mantenido vivo el guerracivilismo, que toda nuestra política sea la continuación de la guerra civil por otros medios, que diríamos parafraseando a Clausewitz. Y en el colmo del cinismo, aceptamos que la democrática Unesco haya quemado 100.000 libros de sus instalaciones, como si fuera un gobierno nazi. Ni Hitler quemó tantos libros.
Este es el mundo que nos muestra con claridad Rafael Gonzalo, más parecido a lo peor de la Edad Media que al futuro que creímos alguna vez. Un escenario en el que han puesto una tarta con su guinda encima para demostrar la absoluta desvergüenza de la dictadura democrática liberal capitalista global: como dice el autor «el rescate de las inmobiliarias y los bancos por parte del Gobierno es aberrante. En épocas de crisis, la corrupción de un sistema se revela más evidente que nunca.» Sólo en Islandia los ciudadanos han derribado un gobierno por intentarlo, y han aprobado en referéndum que los bancos de busquen la vida, que los ciudadanos no les van a dar su dinero.
Es más que recomendable la lectura de La mejor defensa es un buen ataque de risa, porque nos lleva a conclusiones como esta «Nuestro sistema es insólito: casi todas las culturas han supeditado la economía a criterios éticos, sociales, religiosos y filosóficos. Somos la única cultura que ha conseguido subordinarlo todo a la economía. ¿Por qué somos tan dóciles y nos dejamos expoliar tan fácilmente? ¿Por qué no desprenderse de un lastre así de inaguantable?» Sabemos cómo desprendernos del lastre, cómo hacer desaparecer a los políticos corruptos o idiotas, sabemos que se puede vivir fuera de la colonización de EEUU, pero los españoles somos un pueblo vago que desde hace mucho sólo se levanta para matarse entre hermanos. Lamentablemente somos el buey manso del que habló Miguel Hernández. Es de esperar que denuncias como ésta sirvan para que levantemos la testuz e impongamos un nuevo orden, aunque aún no sepamos cuál.

Miguel Ángel de Rus

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