En una carpeta
de recortes del año de la tarara guardo todavía esta viñeta a color y a página
completa de Antonio Mingote. Creo que venía en el suplemento dominical del ABC
y debe datar de mediados o finales de los 80, pues por entonces tenía yo el
hábito de coleccionar algunas cosas que me gustaban publicadas en periódicos y
revistas. La idea era trabajar en algún momento sobre ellas, aunque a menudo
terminaban durmiendo el sueño de los justos durante años sin llegar apenas a
utilizarlas, más que para echarles un vistazo y comprobar que seguían ahí
esperando, al acecho.
Reverbera en las blancas fachadas el sol de las primeras horas de la tarde. Procuramos, en nuestros paseos por la plaza de un pequeño pueblo valenciano, no salirnos de las islas de sombra que trazan los plátanos sobre la tierra rojiza y ardiente. Silencio de sueño, calma profunda de siesta veraniega. Los únicos que vivimos en este ambiente exuberante de luz somos mi amigo y yo, que conversamos bajo los árboles de la plaza, los niños que ganguean a gritos sus lecciones en la escuela próxima, siguiendo el venerable método morisco, y los enjambres de insectos que aletean, zumban y trepan en torno de los plátanos. Calla de pronto el coro escolar, y por las ventanas abiertas llega hasta nosotros la voz de un niño, el más aplicado tal vez, que recita una fábula: La cigarra y la hormiga . Como el griterío de una muchedumbre alborotada que contesta a ultrajantes alusiones, suena el chín-chín de numerosas cigarras moviendo sus cimbalillos entre las cortinas del follaje. Mi amigo el naturalista ...
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