Así que los yihadistas se mezclan con los refugiados sirios, se recorren a
pata cuatro o cinco países, cruzando controles y sufriendo toda clase de
penurias, son enviados a campos de refugiados donde tendrán que superar una
criba exigente con el riesgo de ser descubiertos… Y todo esto para colarse en
España. ¿Y no será más fácil para un yihadista coger un vuelo en Estambul, por
ejemplo, o incluso en París o Londres, y presentarse en Barajas en clase
turista, y ya estás en España dispuesto a poner bombas? Vamos, digo yo.
Reverbera en las blancas fachadas el sol de las primeras horas de la tarde. Procuramos, en nuestros paseos por la plaza de un pequeño pueblo valenciano, no salirnos de las islas de sombra que trazan los plátanos sobre la tierra rojiza y ardiente. Silencio de sueño, calma profunda de siesta veraniega. Los únicos que vivimos en este ambiente exuberante de luz somos mi amigo y yo, que conversamos bajo los árboles de la plaza, los niños que ganguean a gritos sus lecciones en la escuela próxima, siguiendo el venerable método morisco, y los enjambres de insectos que aletean, zumban y trepan en torno de los plátanos. Calla de pronto el coro escolar, y por las ventanas abiertas llega hasta nosotros la voz de un niño, el más aplicado tal vez, que recita una fábula: La cigarra y la hormiga . Como el griterío de una muchedumbre alborotada que contesta a ultrajantes alusiones, suena el chín-chín de numerosas cigarras moviendo sus cimbalillos entre las cortinas del follaje. Mi amigo el naturalista ...
Comentarios
Publicar un comentario