Durante la transición española se fue conformando
una sociedad espectral, en el sentido de que se instauraba una democracia
representativa, de simulación y no la verdad de la democracia, que en todo caso
sería de participación efectiva y con verdadera división de poderes. Se generó
un nuevo simulacro, del mismo modo que se había simulado albergar una cierta
dignidad durante la dictadura. Era una sociedad que aparentaba encontrarse en
una posición para la que nada había hecho. Todo el mundo jugaba a la
democracia, había que ser más democrático que los demócratas. Pero los
espectros cambian de máscara, lo cual hacía sospechar que el derrumbe iba a
instalarse tarde o temprano. La democracia vino formalmente como consecuencia
de la caída de la dictadura, como deshecho de lo no hecho, porque la sociedad
no había hecho nada por ser democrática, a no ser esperar a que el dictador se
muriera de viejo. Después de toda esa alegría esperanzada, que no deja de ser
religiosa, vino la depresión real y psíquica, es decir, esa idea de mirarse el
ombligo y de que los españoles nos lo merecemos todo, históricamente se acabó.
Uno se merece lo que puede hacer, y no se merece lo que puede deshacer y tiene
que responder por ello, y en ese periodo de transición, se destrozaron y
acabaron en nada toda clase de aspiraciones.
Reverbera en las blancas fachadas el sol de las primeras horas de la tarde. Procuramos, en nuestros paseos por la plaza de un pequeño pueblo valenciano, no salirnos de las islas de sombra que trazan los plátanos sobre la tierra rojiza y ardiente. Silencio de sueño, calma profunda de siesta veraniega. Los únicos que vivimos en este ambiente exuberante de luz somos mi amigo y yo, que conversamos bajo los árboles de la plaza, los niños que ganguean a gritos sus lecciones en la escuela próxima, siguiendo el venerable método morisco, y los enjambres de insectos que aletean, zumban y trepan en torno de los plátanos. Calla de pronto el coro escolar, y por las ventanas abiertas llega hasta nosotros la voz de un niño, el más aplicado tal vez, que recita una fábula: La cigarra y la hormiga . Como el griterío de una muchedumbre alborotada que contesta a ultrajantes alusiones, suena el chín-chín de numerosas cigarras moviendo sus cimbalillos entre las cortinas del follaje. Mi amigo el naturalista ...
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