¿Cuál de estos modelos diríamos que representa, para
el feminismo, el paradigma de la masculinidad, tal como podemos comprobarlo constantemente
en los medios e instituciones afines a esta ideología hegemónica?
a) ¿Ingenieros, arquitectos, personas versadas en
cuestiones técnicas? No.
b) ¿Artistas, escritores, músicos, individuos sobresalientes
en campos creativos, filósofos? No.
c) ¿Fuerzas de seguridad, voluntarios y equipos de
rescate que acometen actos de heroísmo y salvan vidas arriesgando la suya
propia o incluso perdiéndola? No.
d) ¿Personas que, sin heroísmo, pero con trabajo duro
y esfuerzo cotidiano sacrifican su vida afectiva enfrentándose al mundo para
sacar adelante a sus familias? No.
e) ¿Educadores, jueces y padres de familia que sirven
de ejemplo y referencia para millones de niños y adolescentes? No.
f) ¿Trabajadores de la construcción, minería, pesca o
transportes que hacen posible que disfrutemos de servicios básicos y que la
sociedad funcione, a costa de una elevada siniestralidad? No.
g) ¿Científicos y médicos que descubren y desarrollan
vacunas y curas para enfermedades que salvan miles de vidas? No.
h) ¿Innovadores y eruditos que aportan sus
conocimientos y descubrimientos para hacer la vida mejor en cualquier campo:
astrofísica, informática, antropología, historia, telecomunicaciones,
aeronáutica? No.
g) ¿Violadores, maltratadores, acosadores, opresores privilegiados,
personas destructivas en general? Sí.
Todos los mencionados, y muchos más, corresponden a
roles tradicionales masculinos, debidos tanto a la influencia social y
cultural, como sobre todo a la inclinación natural, pero la visión feminista
(cualquier feminismo), los medios, organismos e instituciones que aplican la
famosa perspectiva de género prefieren quedarse sólo con una opción, la más
negativa de todas las posibles.
Y eso a pesar de que dicen defender la igualdad, la
inclusión y los derechos de todos, una forma de igualdad e inclusión
sorprendente que consiste en criminalizar a la mitad de la población y
victimizar a la otra.
Dado que hombres y mujeres no somos iguales por
naturaleza ni tenemos los mismos intereses ni cumplimos los mismos roles, sino
diferentes y por lo general complementarios, la única manera de igualarnos es
por discriminación irracional inversa, y en eso pone su empeño el feminismo
gracias a los enormes fondos que recibe.
No en vano, uno de los lemas feministas por excelencia
deja clara esta propuesta: los hombres no tienen problemas, los hombres son el
problema.
De tal modo que la discriminación contra la mujer es
sexismo y la discriminación contra el hombre es igualdad de derechos.
En realidad no hay ninguna diferencia entre odiar a
los hombres y considerarlos opresores y privilegiados. No la hay tampoco entre
despreciar a las mujeres y considerarlas oprimidas y víctimas históricas.
El feminismo ha demostrado hasta la saciedad, desde
hace más de cien años, su incapacidad para afrontar problemas complejos,
cayendo una y otra vez en inevitables manipulaciones y groseras contradicciones.
Desde que las primeras sufragistas exigían igualdad de derechos, mientras sus
padres, maridos e hijos tragaban gas mostaza y se sujetaban las tripas con las
manos en las trincheras de la 1ª Guerra Mundial, hasta la actualidad, con
millones de mujeres ofendidas porque a ellas les ponen la coca cola en lugar de
la cerveza.
La narrativa de que los hombres han construido un
sistema para su beneficio y perjuicio de las mujeres durante miles de años, a
pesar de que los grandes perjudicados por ese sistema sean ellos mismos
(mortalidad laboral, conflicto bélico, suicidio, homicidio, indigencia, esperanza
de vida, etc), sólo puede sostenerse partiendo de la premisa de que los hombres
padecen de alguna tara mental o moral que los convierte en inferiores a las mujeres,
la cual no es una visión muy igualitaria ni dignificadora precisamente.
¿Qué sociedad podría construirse y con qué principios
jurídicos y éticos básicos desde unos supuestos tan sesgados y degradantes para
todos?
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