“Dime cuál es tu relación con el dolor y te diré
quién eres”, dice una sentencia de Ernst Jünger. Y realmente, si consideramos
la vida como una serie de pruebas, la prueba del dolor es difícil de superar.
Porque el dolor es en sí algo inmutable, no cambia ni desaparece, pero la forma
de enfrentarse a él varía en función de cada individuo o de cada época. Hoy,
por ejemplo, adopta a menudo la forma del aburrimiento, del hastío, que es una
penosa consecuencia del horror al vacío. De hecho, el término procede de ab horrere. Pero tenía que ser un ruso
quien le diera el significado exacto: el aburrimiento es el deseo de desear,
escribió Tolstoi.
Reverbera en las blancas fachadas el sol de las primeras horas de la tarde. Procuramos, en nuestros paseos por la plaza de un pequeño pueblo valenciano, no salirnos de las islas de sombra que trazan los plátanos sobre la tierra rojiza y ardiente. Silencio de sueño, calma profunda de siesta veraniega. Los únicos que vivimos en este ambiente exuberante de luz somos mi amigo y yo, que conversamos bajo los árboles de la plaza, los niños que ganguean a gritos sus lecciones en la escuela próxima, siguiendo el venerable método morisco, y los enjambres de insectos que aletean, zumban y trepan en torno de los plátanos. Calla de pronto el coro escolar, y por las ventanas abiertas llega hasta nosotros la voz de un niño, el más aplicado tal vez, que recita una fábula: La cigarra y la hormiga . Como el griterío de una muchedumbre alborotada que contesta a ultrajantes alusiones, suena el chín-chín de numerosas cigarras moviendo sus cimbalillos entre las cortinas del follaje. Mi amigo el naturalista ...
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