El fanático
religioso es el fanático por excelencia, pues su creencia afecta a todos los
órdenes de la vida. No tolera la disidencia, la crítica o la sátira porque no
puede vivir con la duda de quienes no comparten su fe, la cuestionan o
defienden otro credo. Me parece una ingenuidad pensar que las irreverencias
puedan servir para provocar y atizar el extremismo y que éste remitiría si no
se ofendieran gratuitamente sus imposturas. El fanático religioso exige
sumisión a Dios, la suya y la de todos, siempre encontrará motivos de
ofensa a su visión de la existencia, pues la religión no es un saber humano
más, es el saber humano fundamental, encargado de canalizar la relación del
hombre con la vida entendida en su totalidad, con el origen del mundo, de todas
las cosas, una visión global de la vida y del fundamento de la vida. Hagas lo
que hagas, cualquier ejercicio de libertad puede ser una ofensa para el
inquisidor. No depende de ti, porque el fundamentalismo es el odio por la
gracia de Dios.
Reverbera en las blancas fachadas el sol de las primeras horas de la tarde. Procuramos, en nuestros paseos por la plaza de un pequeño pueblo valenciano, no salirnos de las islas de sombra que trazan los plátanos sobre la tierra rojiza y ardiente. Silencio de sueño, calma profunda de siesta veraniega. Los únicos que vivimos en este ambiente exuberante de luz somos mi amigo y yo, que conversamos bajo los árboles de la plaza, los niños que ganguean a gritos sus lecciones en la escuela próxima, siguiendo el venerable método morisco, y los enjambres de insectos que aletean, zumban y trepan en torno de los plátanos. Calla de pronto el coro escolar, y por las ventanas abiertas llega hasta nosotros la voz de un niño, el más aplicado tal vez, que recita una fábula: La cigarra y la hormiga . Como el griterío de una muchedumbre alborotada que contesta a ultrajantes alusiones, suena el chín-chín de numerosas cigarras moviendo sus cimbalillos entre las cortinas del follaje. Mi amigo el naturalista ...
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