Ahora que las agendas políticas coinciden en poner de moda el deporte femenino y, con ello, las quejas y reivindicaciones victimistas como estrategia de invasión de espacios masculinos, recuerdo que la estólida Serena Williams era muy dada a ese tipo de declaraciones, entre pretenciosas y lastimeras, exigiendo reconocimiento, dinero y patrocinio público basándose en su chocho moreno. Solía decir la campeonísima que se discrimina el deporte femenino porque a las mujeres no se les permite competir en los torneos más prestigiosos y con más dinero en juego, que son los masculinos. El argumento, aparte de falso, es ridículo porque la verdad es que si ellas no pueden competir en los mejores torneos no es por la razón que aduce la más asilvestrada de las Williams, sino simplemente porque no están a la altura de sus envidiados colegas. Si las chicas pueden destacar en la alta competición es gracias al sexismo y no al igualitarismo, es decir, gracias a que existe una modalidad masculina y otr